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Mostrando entradas de abril, 2013

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Al país de la desidia se han fugado mis latidos, y de esta escombrera en la que me he convertido, hasta las ratas se han ido. Cual tilo de otoño lacio voy deshojando uno a uno mis anhelos. Vago sin verso, sin rumbo ni destino. Noto el cuajo de mis venas, las miradas críticas, el pulso dormido. Lábil equilibrio del que pendo, escarcha hecha aliento. No hay nada más triste que saber a La Alhambra sin sabernos, no saber a qué sabe el vino alpujarreño ni a que huelen las hojitas del olivo. No hay nada peor sabido que no saberte remiendo para este descosido. Y aquél faro de aquél piélago perdido, habrá de apagar su luz sin habernos dado lumbre en el camino. Desde que tú te marchaste me he sindicado a la amargura, moro en la desgana de los dedos, “ya sólo espero el derribo”, me anticipo a los epílogos, para salir de la cama he olvidado los motivos. Se ha emancipado mi cuerpo cansado de ser la sombra de un vivo que cree estar muerto, apenas los huesos de un saco vagando por...

Lisboa.

Primerísimo primer plano de mis maxigafas de sol negras a lo Jackie Kennedy. Poco a poco el plano se abre para aclarar que soy yo mirando hacia la sucursal bancaria a través del espejo retrovisor de nuestro 458 Italia. Me siento inquieta, pero segura. Hace calor, quizás 35°C, puede que más, no corre el aire. Únicamente el grato ronroneo del motor en marcha y el “do, re, mi, fa” de mi izquierda sobre el marco de la ventanilla, quiebran el silencio. Juez y verdugo el sol desde su cénit, nos fustiga exacerbado a través del parabrisas. Abres la puerta del copiloto y lanzas una bolsa deportiva hacia la parte trasera, te sientas con cierta urgencia apoyando por completo la espalda sobre la tapicería de piel. Percibo con agrado el soplo de un perfume nuevo y ese sonido tan característico de dermis contra cuero. —¡Vamos, vamos, vamos! —exclamas excitado con media sonrisa en los labios mientras enciendes un cigarrillo— ¡en nada les tenemos encima! Lo pongo de cero a cien en 5 s. Busco ...

El Hammam.

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Procedía del África Oriental. Probablemente de Abisinia o Eritrea. El bruno de su piel y un sinfín de rasgos imperceptibles a simple vista y que solo alguien dedicado durante décadas a la trata de esclavos podría reconocer, así lo ponían de manifiesto. Escarificaciones, perforaciones, el corte de pelo, el porte e incluso la postura corporal eran datos a tener en cuenta mucho antes de firmar cualquier contrato de compraventa. En sus ojos hialinos de nívea esclerótica podía ser leída su edad y su estado de salud pero por encima de todo, su mirada delataba el pavor de hallarse lejos del hogar. A muchas jornadas de la tierra que le vio crecer, rodeado de gentes que no hablaban ni entendían ni mucho menos pretendían entender su propia lengua. Juzgado y condenado solo dios sabe por qué. Pues ¿qué pecado podría haber cometido un pastor camita de apenas veinte años que improbablemente habría franqueado siquiera los sembradíos de su aldea, para ir a parar a un lugar como aquél más cercano a ...