El perfume.
La Provenza. Qué mujer no habrá soñado alguna vez con poner rumbo a solas hacia La Provenza. Qué mujer no habrá soñado alguna vez con perderse mapa en mano a orillas del río Ródano, distender la vista sobre campos de lavanda, peonía y verbena, desandar callejuelas de adoquín, asomarse a la Côte d’Azur. Quizás en busca del amor de su vida, o de una tórrida aventura. Quizás en busca de sí misma.
Quién sabe qué he venido a buscar yo.
"El perfume". Lo tiene todo para encandilarme; dinámica, derroche de adjetivos, protagonista marginado, marginal, erotismo, marco histórico y sobre todo, olor. Leer "El perfume" de Süskind en Grasse, es, sin más, el parangón del placer venido del olfato.
—Bonjour Mademoiselle! qu'est-ce que je vous sers?
—Hmmm, un café con leche, un brioche y... un momento —busco en mi bolso un pequeño diccionario español-francés.
— jus d'orange frais. Oui?
—Oui! Immédiatement!
—Merci beaucoup!
Me encanta como huelen los libros. Los nuevos o mejor aún, los usados. Como una mujer madura hermosamente desvencijada de tanto uso y desuso. Como el más añejo de los mejores Grand Cru. Deslizo mi pulgar sobre las hojas que expelen una vez más del interior su aroma que sin llegar a rancio, denota cierto poso solemne tomado sin duda de tantas atmósferas, de tantas horas de lectura. Cierro los ojos mientras inspiro. Mmmm, es indescriptible. Madera, vino, tierra, incienso, pimienta. ¡Vuelo!
Cuando vuelvo a abrirlos, te veo sentado en la mesa de la esquina. Justo enfrente. Me estabas observando desde la clandestinidad y al ser descubierto bajas raudo la cabeza fingiendo que lees algo en la prensa.
Yo en cambio sonrío y permanezco imperturbable convencida de que antes o después, volverás a alzar la mirada.
Y voilà! otra vez. Ahora te dedico una sonrisa leve, a labios juntos dejándote algo tenso y desconcertado. “Qué bueno está el cabrón”. Las hebras plateadas en tu cabellera delatan experiencia, la barba de tres días cierto descuido. Descuido y experiencia, desliz… ¿Cómo se dirá desliz en francés? Mataría por un desliz así, ahora, con él.
Página 151;
"Tenía una piel de blancura deslumbrante... es decir... -Grenouille contuvo un instante el aliento, luego olfateó con más fuerza e intentó evocar el recuerdo olfatorio de la muchacha de la Rue des Marais- ¡es decir, esta muchacha aún no tenía pechos en el verdadero sentido de la palabra! Tenía apenas un principio de pechos, tenía ondulaciones indescriptiblemente suaves y apenas olorosas, rodeadas de pecas, formadas tal vez hacia pocos días, tal vez pocas horas... tal vez en este momento. En una palabra: la muchacha era todavía una niña. ¡Pero, qué niña! (…)
—Espagnole?
—¿Perdón? —me apresuro a deglutir el último bocado.
—Definitivamente oui —me dices señalando las tapas del libro— no hay nada que perdonar, si acaso perdóneme usted a mí por el atrevimiento pero es que no he podido evitar fijarme y me preguntaba… —por momentos pareces ruborizar, como si ya te estuvieses arrepintiendo de lo que estás a punto de decir— cuál sería el motivo por el cual no lleva bragas.
Miro hacia tu mesa vacía percatándome del estratégico ángulo, perfecto para tu disfrute.
—No lo sé, ¿hace calor, no? —me abro un poco y sin apartar la vista de tus ojos, agito mi vestido de estampado floral en malva y rosa aireando la entrepierna.
—Sé donde podría refrescarse, es aquí muy cerca —sugieres proyectando la vista hacia un rótulo que reza "Privés" al lado del de "Toilettes"— ¿vamos?
—¡Que locura! ¿Y el camarero?, ¿y esos clientes?
—Tranquila —me interrumpes— esos clientes están tan pendientes de lo que hace Voeckler que no se percatarían ni aunque nos bombardease la Luftwaffe, y del camarero yo me ocupo —me guiñas un ojo con cierto desparpajo. Sin duda, por tu soltura, una mueca llevada a la práctica en cientos de ocasiones.
—No sé, no sé... Ni siquiera te conozco…
—Oh claro! Excuse moi! Mon nom est Pedro, pero si lo prefieres, solo hoy, vous pouvez m'appeler Pierre.
—Observa— te diriges divertido hacia la barra— hey Gerard!, pourrait préparer un sandwich de légumes maintenant?
El camarero del fino mostacho que saca brillo a las copas, consiente y se pierde tras unas cortinas de cadenitas blanquiazules, en el office.
Me coges de la mano y tiras de mí, dirigiéndome como se dirige un cometa en órbita, en volandas hacia el almacén de las bebidas. Pasamos de puntillas conteniendo la risa traviesa por detrás de unos cuantos lugareños que apoyados en la barra miran el Tour en la televisión.
En cuanto nos sabes a solas, te lanzas a por mí cual guepardo a por gacela. ¡Quién le ha dicho que el cuello es mi punto vulnerable! El caso es que si no me suelta, no podré moverme, estoy paralizada por sus dientes y tan caliente que, o nos damos prisa, o empiezo a dejar rastro como una babosa.
Y comiéndonos la boca, enmarañados, girando, girando, girando como en un vals, atravesamos la puerta de vaivén del almacén que se abre ante y se cierra tras, nuestros cuerpos ingrávidos.
A oscuras, a media luz, apenas con el haz distorsionado que se cuela por el ojo de buey estás aún más sexy.
¡Hay que ver cuánto te favorecen estas sombras y estas luces! Ahora comprendo un poco mejor cuál fue la fuente de inspiración de Van Gogh, Monet, Cézanne o Renoir.
Te miro impresionada. Como apenas te veo, oído, olfato y tacto se agudizan y ese acento francés se acentúa un poco más cuando me susurras como un trovador occitano -je t’aime, je t’aime, je t’aime- sin soltar mi mano, y el sudor de la tuya me anuncia el preludio de un férvido encuentro y tu aliento, que no es de café, ni de menta poleo, ni de té, sino de queso rocamadour con uvas moscatel, me llega como el viento que anuncia la vendimia.
Con cierta violencia me izas y dejas sobre una pila de cajas de Coca-Cola vacías. Tú izquierda sujeta mi pierna derecha, tu derecha se va hasta tu bragueta. Te bajo los calzoncillos por debajo de los huevos. Dejo caer la vista para ver tu polla que desprende un fuerte aroma tan pronto la desenvainas, pero tu boca, desbocada, haciendo las veces de manos, me lo impide.
Me penetras tan bruscamente que me arrancas un quejido entre afilado y nasal. ¡Tápame la boca cariño o nos escucharán! Y me la tapas con un beso más.
Tus acometidas hacen que las cajas se tambaleen con virulencia. Golpeas mi vulva con brío y ya no logro distinguir el tintineo de las botellas vacías de cristal, bamboleándose en sus receptáculos, del chapoteo incesante y rítmico de tu polla en mi coño, nuestros gemidos contenidos o la musette que llega lejana y queda desde la cafetería. No hemos dejado de besarnos. Creo que me estás haciendo sangre en el labio y yo a ti en el cuello, un copioso surtido de chupetones encarnados. ¡Me corro, oh sí, córrete ya!
Tomas de un rollo de papel industrial, un trozo y me limpias, arrancas otro y te limpias. No he logrado ver tu polla que ya has vuelto a recoger en tus pantalones, y ¿sabes lo que te digo? ni falta, no veas cómo la he sentido.
Cada cual vuelve a su mesa para continuar como si nada hubiese sucedido.
De nuevo en “El Perfume”…
“(…) A Grenouille le sudaba la frente. Sabía que los niños no olían de manera particular, tan poco como las flores aún verdes antes de abrir sus pétalos. En cambio ésta, este capullo casi cerrado del otro lado del muro, que ahora mismo empezaba -sin que nadie, excepto Grenouille, se apercibiera de ello- a abrir sus odoríferos pétalos, olía ya de modo tan divino y sobrecogedor que, cuando floreciera del todo, emanaría un perfume que el mundo no había olido jamás.”
Irrumpes…
—Excuse moi, le journal de la maison? —señalas con prudencia y timidez un periódico doblado sobre mi mesa en el cual no había siquiera reparado.
—Por supuesto Pierre, es de la casa —te lo tiendo al tiempo que confirmo decepcionada que en tu cuello no hay rastro de moratón alguno. Sin embargo el bulto de tu paquete promete… ¿Merece la pena intentarlo? Quizás comience con un “disculpe, pero cuando se acercó a por el periódico, no pude evitar fijarme en que presentaba una erección considerable… ¿puedo hacer algo por usted?”
Quién sabe qué he venido a buscar yo.
"El perfume". Lo tiene todo para encandilarme; dinámica, derroche de adjetivos, protagonista marginado, marginal, erotismo, marco histórico y sobre todo, olor. Leer "El perfume" de Süskind en Grasse, es, sin más, el parangón del placer venido del olfato.
—Bonjour Mademoiselle! qu'est-ce que je vous sers?
—Hmmm, un café con leche, un brioche y... un momento —busco en mi bolso un pequeño diccionario español-francés.
— jus d'orange frais. Oui?
—Oui! Immédiatement!
—Merci beaucoup!
Me encanta como huelen los libros. Los nuevos o mejor aún, los usados. Como una mujer madura hermosamente desvencijada de tanto uso y desuso. Como el más añejo de los mejores Grand Cru. Deslizo mi pulgar sobre las hojas que expelen una vez más del interior su aroma que sin llegar a rancio, denota cierto poso solemne tomado sin duda de tantas atmósferas, de tantas horas de lectura. Cierro los ojos mientras inspiro. Mmmm, es indescriptible. Madera, vino, tierra, incienso, pimienta. ¡Vuelo!
Cuando vuelvo a abrirlos, te veo sentado en la mesa de la esquina. Justo enfrente. Me estabas observando desde la clandestinidad y al ser descubierto bajas raudo la cabeza fingiendo que lees algo en la prensa.
Yo en cambio sonrío y permanezco imperturbable convencida de que antes o después, volverás a alzar la mirada.
Y voilà! otra vez. Ahora te dedico una sonrisa leve, a labios juntos dejándote algo tenso y desconcertado. “Qué bueno está el cabrón”. Las hebras plateadas en tu cabellera delatan experiencia, la barba de tres días cierto descuido. Descuido y experiencia, desliz… ¿Cómo se dirá desliz en francés? Mataría por un desliz así, ahora, con él.
Página 151;
"Tenía una piel de blancura deslumbrante... es decir... -Grenouille contuvo un instante el aliento, luego olfateó con más fuerza e intentó evocar el recuerdo olfatorio de la muchacha de la Rue des Marais- ¡es decir, esta muchacha aún no tenía pechos en el verdadero sentido de la palabra! Tenía apenas un principio de pechos, tenía ondulaciones indescriptiblemente suaves y apenas olorosas, rodeadas de pecas, formadas tal vez hacia pocos días, tal vez pocas horas... tal vez en este momento. En una palabra: la muchacha era todavía una niña. ¡Pero, qué niña! (…)
—Espagnole?
—¿Perdón? —me apresuro a deglutir el último bocado.
—Definitivamente oui —me dices señalando las tapas del libro— no hay nada que perdonar, si acaso perdóneme usted a mí por el atrevimiento pero es que no he podido evitar fijarme y me preguntaba… —por momentos pareces ruborizar, como si ya te estuvieses arrepintiendo de lo que estás a punto de decir— cuál sería el motivo por el cual no lleva bragas.
Miro hacia tu mesa vacía percatándome del estratégico ángulo, perfecto para tu disfrute.
—No lo sé, ¿hace calor, no? —me abro un poco y sin apartar la vista de tus ojos, agito mi vestido de estampado floral en malva y rosa aireando la entrepierna.
—Sé donde podría refrescarse, es aquí muy cerca —sugieres proyectando la vista hacia un rótulo que reza "Privés" al lado del de "Toilettes"— ¿vamos?
—¡Que locura! ¿Y el camarero?, ¿y esos clientes?
—Tranquila —me interrumpes— esos clientes están tan pendientes de lo que hace Voeckler que no se percatarían ni aunque nos bombardease la Luftwaffe, y del camarero yo me ocupo —me guiñas un ojo con cierto desparpajo. Sin duda, por tu soltura, una mueca llevada a la práctica en cientos de ocasiones.
—No sé, no sé... Ni siquiera te conozco…
—Oh claro! Excuse moi! Mon nom est Pedro, pero si lo prefieres, solo hoy, vous pouvez m'appeler Pierre.
—Observa— te diriges divertido hacia la barra— hey Gerard!, pourrait préparer un sandwich de légumes maintenant?
El camarero del fino mostacho que saca brillo a las copas, consiente y se pierde tras unas cortinas de cadenitas blanquiazules, en el office.
Me coges de la mano y tiras de mí, dirigiéndome como se dirige un cometa en órbita, en volandas hacia el almacén de las bebidas. Pasamos de puntillas conteniendo la risa traviesa por detrás de unos cuantos lugareños que apoyados en la barra miran el Tour en la televisión.
En cuanto nos sabes a solas, te lanzas a por mí cual guepardo a por gacela. ¡Quién le ha dicho que el cuello es mi punto vulnerable! El caso es que si no me suelta, no podré moverme, estoy paralizada por sus dientes y tan caliente que, o nos damos prisa, o empiezo a dejar rastro como una babosa.
Y comiéndonos la boca, enmarañados, girando, girando, girando como en un vals, atravesamos la puerta de vaivén del almacén que se abre ante y se cierra tras, nuestros cuerpos ingrávidos.
A oscuras, a media luz, apenas con el haz distorsionado que se cuela por el ojo de buey estás aún más sexy.
¡Hay que ver cuánto te favorecen estas sombras y estas luces! Ahora comprendo un poco mejor cuál fue la fuente de inspiración de Van Gogh, Monet, Cézanne o Renoir.
Te miro impresionada. Como apenas te veo, oído, olfato y tacto se agudizan y ese acento francés se acentúa un poco más cuando me susurras como un trovador occitano -je t’aime, je t’aime, je t’aime- sin soltar mi mano, y el sudor de la tuya me anuncia el preludio de un férvido encuentro y tu aliento, que no es de café, ni de menta poleo, ni de té, sino de queso rocamadour con uvas moscatel, me llega como el viento que anuncia la vendimia.
Con cierta violencia me izas y dejas sobre una pila de cajas de Coca-Cola vacías. Tú izquierda sujeta mi pierna derecha, tu derecha se va hasta tu bragueta. Te bajo los calzoncillos por debajo de los huevos. Dejo caer la vista para ver tu polla que desprende un fuerte aroma tan pronto la desenvainas, pero tu boca, desbocada, haciendo las veces de manos, me lo impide.
Me penetras tan bruscamente que me arrancas un quejido entre afilado y nasal. ¡Tápame la boca cariño o nos escucharán! Y me la tapas con un beso más.
Tus acometidas hacen que las cajas se tambaleen con virulencia. Golpeas mi vulva con brío y ya no logro distinguir el tintineo de las botellas vacías de cristal, bamboleándose en sus receptáculos, del chapoteo incesante y rítmico de tu polla en mi coño, nuestros gemidos contenidos o la musette que llega lejana y queda desde la cafetería. No hemos dejado de besarnos. Creo que me estás haciendo sangre en el labio y yo a ti en el cuello, un copioso surtido de chupetones encarnados. ¡Me corro, oh sí, córrete ya!
Tomas de un rollo de papel industrial, un trozo y me limpias, arrancas otro y te limpias. No he logrado ver tu polla que ya has vuelto a recoger en tus pantalones, y ¿sabes lo que te digo? ni falta, no veas cómo la he sentido.
Cada cual vuelve a su mesa para continuar como si nada hubiese sucedido.
De nuevo en “El Perfume”…
“(…) A Grenouille le sudaba la frente. Sabía que los niños no olían de manera particular, tan poco como las flores aún verdes antes de abrir sus pétalos. En cambio ésta, este capullo casi cerrado del otro lado del muro, que ahora mismo empezaba -sin que nadie, excepto Grenouille, se apercibiera de ello- a abrir sus odoríferos pétalos, olía ya de modo tan divino y sobrecogedor que, cuando floreciera del todo, emanaría un perfume que el mundo no había olido jamás.”
Irrumpes…
—Excuse moi, le journal de la maison? —señalas con prudencia y timidez un periódico doblado sobre mi mesa en el cual no había siquiera reparado.
—Por supuesto Pierre, es de la casa —te lo tiendo al tiempo que confirmo decepcionada que en tu cuello no hay rastro de moratón alguno. Sin embargo el bulto de tu paquete promete… ¿Merece la pena intentarlo? Quizás comience con un “disculpe, pero cuando se acercó a por el periódico, no pude evitar fijarme en que presentaba una erección considerable… ¿puedo hacer algo por usted?”
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