Un trabajo cualquiera.

Una ciudad cualquiera del norte de España un día cualquiera, frío y lluvioso de noviembre. Voy en coche y ni siquiera me he quitado la chaqueta.

Me pregunto de camino cómo será ella.

Reconozco que al principio la idea de trabajar para una puta me resultaba como poco insólita. ¿No se supone que es ella quién debería de hacerme el trabajo a mí?

Parece ser que se trata, al fin y al cabo, de un spot para internet. Uno más. Algo fino, me aseguraron. 
Y en cuestión de segundos, acicateado por la acuciante situación económica que me ocupa y por qué negarlo, tentado por el innegable matiz concupiscente del asunto, acepté hacerlo.
Tampoco es que fuese a suponerme demasiado tiempo, vamos, que en una hora o menos liquidado.

Y aquí me tienes, en la calle, buscando el sexto B.

—¿Sí?
—Hola, vengo a rodar un anuncio (…)
—Sí, te esperaba. ¿Abrió?
—Sí, sí... ¡gracias!

Los nervios comienzan a apoderarse de mí. Me sudan las manos. Planta 1, me miro en el espejo, planta 3, busco un chicle en mis jeans, planta 6...

Las enormes letras encuadradas en cada puerta contrastan en el minimalista pasillo enmoquetado que separa la punta de mis zapatos de la punta de sus pies descalzos aguardando en la entrada del apartamento.

—Vaya, pensé que enviarían a una tía […] les comenté, en fin.
—Ehmm, no sabía nada, lo siento, si quiere puedo llamar...
—Déjalo —me interrumpe airada—. Está bien, tengo mucha prisa, pasa.

Se adentra en el apartamento invitándome a que la siga. Lleva puesto un quimono de seda en color orquídea. Cada curva de su cuerpo tiembla al compás de sus pasos firmes, precisos y adivino bajo la caída de la suave tela que nada interfiere entre la misma y su dermis.

—Ok, es aquí. No sé, ¿qué te parece? —busca mi conformidad.

Tu habitación es diáfana. Una espectacular panorámica, sin duda alguna firmada por Jack Vetrianno preside la cama. Un tocadiscos en desuso. Un espejo en el techo. Una lámpara de lava flameando queda e infatigable.

— Verás, se lo que quiero —sentencias—. Pequeñas secuencias fundiéndose unas en otras y ese rollo peli policiaca de los 60’s, no sé si me sigues... Con varias ¿ventanas lo llamáis?, ¿split screem?
Primerísimos planos, algún general, y música de (…) mmm, ¿conoces a Delphine Volange? Deberías. La verdad es que no tengo ni idea de lo que dicen pero suenan tan, erótico. “Sirènes”, si es posible quisiera el audio de “Sirènes”.
Nada sobrecargado. Efectos los justos. ¿Porque vas a montarlo tú verdad?

La miro a los ojos. ¡Me acaba de armar el guión técnico! Estoy negociando con ella. Quiero aparentar normalidad, seguridad. Pero no me siento nada seguro y esta situación de normal tiene poco. 


Ahora se quita la bata. ¡Vaya, pues mira tú por dónde llevaba tanga! En ese momento se me vino a la cabeza una estrofa de un tema de Extremoduro. 

—¿Qué quieres que haga?, ¡hola!
—Ehmmm, ¿qué te parece si te pones a cuatro patas sobre la cama? Porque quieres hacerlo sobre la cama ¿no? Ya sé que es un cliché pero si funciona...

Modo “Rec” y a trabajar.

Me encanta cogerla desde atrás y ver su carita asomando adelante, se atusa el pelo. Un poco más de lápiz labial.

Huele a perfume francés. Compruebo la luz. Me pongo palote.

La cámara pesa lo suyo más si cabe cuando la sujeto con el brazo izquierdo porque con la mano derecha quiero retirar un poco la tira de su tanga y tomar un plano de sus labios exultantes de belleza. Me he propuesto actuar con naturalidad, ser el profesional curtido en experiencias que mi currículum casi tan abultado como mi paquete, avala. Dejar al cliente satisfecho en el plano que me atañe.

Me sabe o mejor dicho, me cree el profesional y supongo supone que sé lo que hago. Pero en realidad no sé qué hacer. Estoy asustado, excitado. Parezco un puto novato.
A través del visor me llega su coño. ¡No es posible¡ Parece que quiera ponerse a rezumar!

Observarla con este foco me turba. Nunca había visto un coño así de este modo, tan cerca, tan nítido, ni tan lampiño, ni con tanta, tanta, tanta luz.

Y pruebo, sin apartar la vista, como da mi mano en escena. En un mismo plano cojo también sus tetas. Ingrávidas. Turgentes. Rosas.

Sin apenas darme cuenta inhalaba el aroma afrodisíaco que manaba de su culo cuando esta tuvo a bien separarse los cachetes en un generoso gesto que facilitaba mi labor.

Tengo la polla a punto de hacer saltar los botones de mis vaqueros. Tiro de la camiseta hacia abajo tratando de ocultar tan primitiva reacción.

Se percata de ello.

—¿Estás teniendo una erección?, ¡ohh cariño!, ¿es la primera vez que trabajas en plan, no sé, en este plan?
—Ufff, lo siento, lo cierto es que sí pero —trato de arreglarlo— tiene que haber una primera vez para todo ¿no? [¡qué mierda de topicazo!]

—Supongo que sí.

Clava su mirada en mi mirada y a duras penas la aguanto, pero no pienso retirarme. Tres segundos, respira o suspira, no lo distingo. Seis segundos, señala su cuerpo precipitando sobre el mismo una deliciosa caída de párpados y me sonríe.
Por supuesto. Consiento replicando con sonrisa traviesa.

—¿Te apetece?
—Mucho...
—50 media hora.
—¿Francés?
—Natural [mente]
—¿Griego?
—30 más...
—Todo s’il vous plaît.

Me apresuro a dejar la cámara en el suelo, me toma de la mano.

—Quítate la ropa y siéntate ahí —me prescribe señalando el bidé— que ahora mismo vengo. 

Se aleja.

Tacones. Sólo unos tacones. Doce centímetros de charol negro.
En cuclillas sobre ellos, como una diosa griega sobre su pedestal me enjabona el rabo bajo un chorro de agua tibia.
Veo su culo reflejado en una de las paredes del baño. Se ha puesto un dilatador anal.
La empuñadura que circunda su ano se mantiene tan enhiesta como mi polla. Ahora pienso que todo esto va a costarme casi lo mismo que tenía pensado ganar. Yo voy a currar a cambio de sexo, ella va a hacer sexo a cambio de mi curro. Curiosos los derroteros de la vida.
Me retira el prepucio tanto como le es posible.

—¡Ohh nena!, déjalo ya, vamos a la cama. — [tanta limpieza empieza a irritar.] — ¿Por qué un vídeo, eres nueva en esto?
—Digamos que soy nueva como “free lance”, acabo de independizarme. ¿Crees que con este cuerpo y el material que vas a editar voy a tener problemas para encontrar clientela?
—¡Oh, no!, jeje, ¿estás de broma?, eres preciosa y tus tarifas, en fin, personalmente habría pagado mucho más.


De un bolso saca un condón que se coloca en la boca. Sorprende la facilidad con la que me enfunda mientras sopesa con delicadeza mis huevos. 


—¡Hey, hey¡ ¿No decías que el francés era natural?
—¿Hay algún problema?, quizás me expliqué o me entendiste mal. Pero amor, así es más seguro para los dos.
—No entiendo entonces para qué me limpiaste tan a conciencia la polla, no sé…
—Schssss —me tapas la boca con un par de dedos, una sonrisa, un guiño y me rindo.


¡Wow, pero qué manera de bombear¡ Cerraba los ojos y no sabía si de mi polla chupaba una tía o una res recental. ¡¡Qué fuerza, qué ganas, qué intensidad!!

Cuando noto que mi rabo no se puede henchir más la exhorto a que deje de mamar y se ponga a cabalgar mi montura que ya se empieza a impacientar.

Reconozco que no era como lo había imaginado. La cadencia con que se deslizaba sobre mi pubis carecía de esa violencia tan gráfica del bote, del jadeo estridente, fingido, agobiante. Parecía como si en ese momento yo y mi circunstancia no fuésemos la prioridad. Su prioridad era ella misma y en la búsqueda de su propio goce se afanaba laboriosamente restregando su clítoris sobre el vello de mi pelvis, y sobre mi vientre.

En un conveniente intento por hacerla regresar a su quehacer, la agarré las nalgas y con brío la saqué de su ensoñación particular y egoísta obligándola a seguir de nuevo mis instrucciones. Para eso era yo quién pagaba.

Ese movimiento de émbolo me estaba arrojando de nuevo al orgasmo así que decidí que era buen momento de quitarle el dilatador el cual presumiblemente ya habría realizado su función. Mientras seguía con la actividad en la forma e intensidad que yo mismo le había marcado, tiré con firmeza del asidero del juguete en cuestión.


— ¡Ouhh! —le arranqué un quejido.


Mientras yo dejaba el artilugio mágico en el suelo al pie de la cama, ella ya se había colocado a cuatro patas y enarbolaba su orto en pompa invitándome a pasar.

Sin más dilación porque el reloj marcaba la hora en la que lo acordado llegaba a su fin, separé sus glúteos, tomé, aprovechando que chorreaba como una perra, flujo de su coño y la ungí a conciencia. Me escupí la derecha y me di a mi mismo de mi propio lubricante para hacerle en la medida de lo posible el menor daño.

Y así empecé presionando en su agujero cerrado que poco a poco se iba abriendo para mí como los pétalos de las rosas al amanecer. Boqueando y recibiéndome sin prisa hasta que una vez me hallé por completo dentro me detuve un instante a paladear la situación. Asido a sus caderas, su culo perfecto, suave y pomo como un melocotón envolviéndome con delicadeza y al tiempo oprimiéndome con una potente, indecente succión.

Sus jadeos me espoleaban para que me moviese y así, comenzaron mis caderas a aplicarle mi particular movimiento de ariete, tratando de abrir la fortaleza que era el templo de diosa que su cuerpo de pago me brindaba.

Treinta minutos y allí estaba yo desenfundado, escupiendo lefa como un aspersor sobre sus caderas.

—Me temo que tendré que volver mañana para filmar algo más de material.

Le dije con media sonrisa mientras me ajustaba el cinturón.

—Me parece justo. Así podré enseñarte el resto de servicios que ofrezco. No se me ocurre mejor crítica que aquella proferida con total conocimiento de causa.

Comentarios