Granada.
Océanos de eriales y sembradíos que naufragar… Caminos que son mareas. Atardeceres como trazos de acuarela viniéndose desde el cielo.
Plumas con forma de nubes donde hundirnos, huir, flotar. Abriendo los alveolos. Sintiéndonos en silencio. Haciendo de dos uno solo.
La luna ardía a nuestro paso tensando y menguando la sombra de los cipreses como en la “Noche estrellada” de Van Gogh. Y yo, sin creer aún que eras cierto te miraba –Llévame amor a esas eras -en medio de la nada, a un siglo de la realidad, a un milímetro del sueño- y hazme el amor hasta que de amor muera…
El negro más oscuro que jamás unos ojos abiertos hayan contemplado, me incitaba a abandonar el pensamiento a su suerte. En esa especie de nada, donde nada tenía color, y todo tenía cabida, donde nadie podría vernos. Ni estrellas, ni pueblos, ni farolillos. Negro, absolutamente íntimo y negro (como en la habitación donde esta noche dormir quisiera). Nada ni nadie para dar fe de nuestro encuentro.
Llegamos por fin a Granada.
La luna luce en su máximo apogeo, consagrando para nosotros un nocturno sortilegio donde nada elude su luz. Aún con los cilindros palpitando, puedo observar tu rostro irradiado de plata, duermes y siento una necesidad imperiosa de recitarte a Lorca, me quito el cinturón y pongo mis labios tan cerca como puedo de tu oído…
“…Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema…”
Pero no me escuchas sólo me sientes y estoy feliz porque te tengo, en exclusiva, mío.
Beso tu frente, esbozas una sonrisa…
-Cariño. Hemos llegado.
He reservado la noche para ti en “El ladrón de Agua”. El alcázar del XVI se yergue solemne a orillas del río Darro.
El aire es más puro cerca de Sierra Nevada donde la dehesa de encina lleva alfombra de genista, enebro de miera y retama, donde el búho chico nos chiva secretos moriscos desde una oquedad en la alcazaba.
Vetustas paredes forjadas de piedra y tapiz, recelan de mí a nuestro paso, pues te tengo, sin prisas, tangible y cálido, te tengo impaciente a expensas de mis voluntades. Atravesamos el clásico patio andaluz. Huele a azahar y a romero, y el agua no robada repica poética los baldosines vítreos. Garzos y añiles del suelo.
Balcones engalanados con la flor del geranio. Me llevas de la mano. Tomamos la escalera con balaustrada de roble y pasamanos de hierro. Como un umbral a la gloria ascendemos purgados de toda culpa. En nuestra alcoba, inmaculado ajuar mudéjar aguarda ser mancillado.
Cruzamos el pórtico.
Nuestros latidos ad líbitum van modulando al unísono bajo el artesonado del techo. Solos. Supones mis labios en tus labios sin embargo lo desmiento… Ni serán esos los labios ni los besos serán besos.
Cello Suite #1 - BWV 1007 Primer movimiento (Preludio) – Johann Sebastian Bach
Ejecutas presto la voluntad de mis ojos y te acuestas desnudo en la cama de pino y anea sobre almadraques de lino y alhamares de seda. Desnuda de cuerpo y alma me acurruco yo a tu lado. Te desciño, te libero y sin tocar tu piel, te contemplo. Silencio. Como un ciclón de ababoles descosidos, como un céfiro de abejas subyugadas. Poliniza tu esencia enclaustrada, mi hipotálamo. –Eres tan bello- te digo sin decir nada… Me abstraigo de la realidad y acude reflejo mi sexo al encuentro de tus besos. Al encuentro de tus dedos.
Tu cuerpo se invierte vertido sobre mi cuerpo. Tomando y al tiempo tomada siendo. ¡Qué delicia tenerte entre mis piernas mientras en tu entrepierna me entretengo!
Sin abrazos ni besos previos, ni palabras propias o ajenas, ni versos ni blasfemias. Solo tú, mi estadía, mi dirección, mi aposento.
Plumas con forma de nubes donde hundirnos, huir, flotar. Abriendo los alveolos. Sintiéndonos en silencio. Haciendo de dos uno solo.
La luna ardía a nuestro paso tensando y menguando la sombra de los cipreses como en la “Noche estrellada” de Van Gogh. Y yo, sin creer aún que eras cierto te miraba –Llévame amor a esas eras -en medio de la nada, a un siglo de la realidad, a un milímetro del sueño- y hazme el amor hasta que de amor muera…
El negro más oscuro que jamás unos ojos abiertos hayan contemplado, me incitaba a abandonar el pensamiento a su suerte. En esa especie de nada, donde nada tenía color, y todo tenía cabida, donde nadie podría vernos. Ni estrellas, ni pueblos, ni farolillos. Negro, absolutamente íntimo y negro (como en la habitación donde esta noche dormir quisiera). Nada ni nadie para dar fe de nuestro encuentro.
Llegamos por fin a Granada.
La luna luce en su máximo apogeo, consagrando para nosotros un nocturno sortilegio donde nada elude su luz. Aún con los cilindros palpitando, puedo observar tu rostro irradiado de plata, duermes y siento una necesidad imperiosa de recitarte a Lorca, me quito el cinturón y pongo mis labios tan cerca como puedo de tu oído…
“…Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda, mirando al campo,
como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te miro
y tu hermosura me quema…”
Pero no me escuchas sólo me sientes y estoy feliz porque te tengo, en exclusiva, mío.
Beso tu frente, esbozas una sonrisa…
-Cariño. Hemos llegado.
He reservado la noche para ti en “El ladrón de Agua”. El alcázar del XVI se yergue solemne a orillas del río Darro.
El aire es más puro cerca de Sierra Nevada donde la dehesa de encina lleva alfombra de genista, enebro de miera y retama, donde el búho chico nos chiva secretos moriscos desde una oquedad en la alcazaba.
Vetustas paredes forjadas de piedra y tapiz, recelan de mí a nuestro paso, pues te tengo, sin prisas, tangible y cálido, te tengo impaciente a expensas de mis voluntades. Atravesamos el clásico patio andaluz. Huele a azahar y a romero, y el agua no robada repica poética los baldosines vítreos. Garzos y añiles del suelo.
Balcones engalanados con la flor del geranio. Me llevas de la mano. Tomamos la escalera con balaustrada de roble y pasamanos de hierro. Como un umbral a la gloria ascendemos purgados de toda culpa. En nuestra alcoba, inmaculado ajuar mudéjar aguarda ser mancillado.
Cruzamos el pórtico.
Nuestros latidos ad líbitum van modulando al unísono bajo el artesonado del techo. Solos. Supones mis labios en tus labios sin embargo lo desmiento… Ni serán esos los labios ni los besos serán besos.
Cello Suite #1 - BWV 1007 Primer movimiento (Preludio) – Johann Sebastian Bach
Ejecutas presto la voluntad de mis ojos y te acuestas desnudo en la cama de pino y anea sobre almadraques de lino y alhamares de seda. Desnuda de cuerpo y alma me acurruco yo a tu lado. Te desciño, te libero y sin tocar tu piel, te contemplo. Silencio. Como un ciclón de ababoles descosidos, como un céfiro de abejas subyugadas. Poliniza tu esencia enclaustrada, mi hipotálamo. –Eres tan bello- te digo sin decir nada… Me abstraigo de la realidad y acude reflejo mi sexo al encuentro de tus besos. Al encuentro de tus dedos.
Tu cuerpo se invierte vertido sobre mi cuerpo. Tomando y al tiempo tomada siendo. ¡Qué delicia tenerte entre mis piernas mientras en tu entrepierna me entretengo!
Sin abrazos ni besos previos, ni palabras propias o ajenas, ni versos ni blasfemias. Solo tú, mi estadía, mi dirección, mi aposento.
Comentarios
Publicar un comentario